La noche del 19 de julio, tras poco más de un mes y un conflicto judicial, la remoción de Jorge Yunda se hizo efectiva y Santiago Guarderas tomó posesión de la Alcaldía Metropolitana de Quito. La ciudad espera que se cierre así una de sus más graves crisis políticas de los últimos años.
Seamos claros, el final de esta crisis política no es el fin de las distintas crisis que afectan al mismo tiempo a Quito. Este accidentado episodio de la historia de esta ciudad no significa el fin de una era, sino la continuación de un escenario nefasto para cualquier ciudad.
Y ahora que el loro se ha ido ¿qué nos queda, qué podemos esperar? El futuro de esta ciudad es incierto porque llevamos años sin rumbo, desperdiciando las oportunidades que hemos tenido para darle un nuevo sentido a esta ciudad. Esta es una situación que un alcalde que gobernará menos de 2 años y que asumió en medio del caos difícilmente podrá solucionar.
La retórica y la efusividad del conflicto político dice muchas cosas. Existe la opinión de la gente que entiende que la remoción de un alcalde corrupto e ineficiente le devuelve “la dignidad” a la ciudad - claro que remover a alguien así, corrige un error y crea un precedente importante - pero no soluciona los problemas. Dejemos de lado la euforia momentánea y bajemos los ánimos para pensar con mayor claridad. No celebremos la remoción como una victoria, sino como un momento doloroso y vergonzoso. De este modo, seremos capaces de aprovechar este momento para reflexionar, como ciudad, sobre cuáles son los caminos para encontrar soluciones.
El alcalde Guarderas no es un salvador, espero que él lo entienda así y pueda, con inteligencia y humildad, verse a sí mismo como una herramienta para mover a esta ciudad hacia adelante.
Guarderas encontrará en el Municipio a un engranaje gigantesco que pide a gritos una reorganización que le permita modernizarse y dar a la ciudadanía mejores servicios con menos trabas burocráticas.
Además, encontrará un Concejo Metropolitano polarizado donde los intereses individuales y las coyunturas político-electorales no permitirán que las cosas sucedan con prolijidad y prontitud. En el territorio, a gran escala, el alcalde Guarderas se topará con una región metropolitana que no para de crecer, sin orden ni autoridad. Descubrirá, si es que no lo ha notado, que los intereses inmobiliarios se sobreponen al bienestar colectivo, agravando cada vez más los conflictos de movilidad, acceso al suelo y la vivienda e inseguridad. Luego, a menor escala, enfrentará vías en mal estado, veredas destruidas y espacios públicos desatendidos.
En los indicadores, se encuentra con una ciudad con altas tasas de desempleo, creciente pobreza, en general, y una crisis económica. Este escenario provoca que en el alma de esta ciudad, su gente, se encuentren sentimientos de desidia, quemeimportismo, falta de civilidad, incumplimiento a la ley y falta de apego a su entorno.
Es el peor escenario para asumir la alcaldía. Una ciudad sin horizonte es una ciudad que muere, pero las ciudades están hechas para resistir y el nuevo alcalde tiene algunas herramientas que podría usar. No para solucionar todos los problemas, pero sí para darle a los millones de ciudadanos quiteños, una idea, una meta que perseguir.
Quito tiene pendiente la creación de su Estatuto de Autonomía, un Plan de Ordenamiento Territorial y un Plan de Uso de Suelos. Además, está a poco de inaugurar su primera línea de metro subterráneo; se encuentra a las puertas de celebrar su bicentenario de independencia y empieza a superar una pandemia gracias a un ritmo de vacunación impresionante. Las oportunidades sobran para plantear una ciudad que ya no viva del pasado, sino que se proponga un futuro donde las políticas y programas de movilidad, suelo, vivienda, comercio, inclusión y crecimiento, ayuden a mejorar la calidad de vida de cada uno de sus habitantes.
Debo admitir que no soy tan optimista de que esto suceda, pero Quito ha tenido momentos en su historia en los que ha sido un ejemplo de hacer las cosas bien, así que sé que no es imposible.
Espero que la remoción de Yunda no sea el fin solamente de su alcaldía, sino que sea el fin de este largo período de una Quito atrasada y somnolienta.
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