Todos los días en la ciudad de Quito se movilizan aproximadamente un millón y medio de personas en el transporte público. Por las principales avenidas circulan alrededor de 2380 buses de transporte público privado, además de unos 253 buses articulados que pertenecen al sistema de transporte municipal. De esta cantidad de vehículos, tipos de servicios y otros, hay una cooperativa que sobresale más que otras.
Los miles de buses que prestan servicio de transporte público privado se dividen en 24 cooperativas que cubren rutas alrededor de casi toda la ciudad. Los quiteños están de acuerdo que una cooperativa de transporte cumple con los requisitos para ser catalogada como la mejor de la ciudad.
En la psicología, se llama síndrome de estocolmo al estado psicológico en la que una persona detenida contra su voluntad desarrolla una relación de complicidad con su captor. Esto quiere decir que los quiteños hemos llegado a ‘querer’ a una línea de bus en específico que, a pesar de conocer sus falencias, maltratos y hasta contravenciones e infracciones de tránsito le tenemos cierto cariño, porque no queda de otra.
La reciente suspensión de una ruta de la cooperativa Reino de Quito hizo evidentes los resultados, tras conocer el descontento nostálgico que algunos usuarios de esta ruta mostraron en redes sociales. La mejor ruta de la ciudad de Quito es la que me lleva a casa.
El inevitable cariño que le tiene cada quiteño y quiteña a la línea de bus que le deja cerca de su hogar es evidente. Pregunta a quien sea. Hablando de actualidades, es una relación tóxica. El usuario perdona a la cooperativa el mal servicio, el desorden, el maltrato más por necesidad que por convicción. Aún así se apropia de la ruta, se la sabe, coincide muchas veces con rostros de controladores y chóferes que le resultan familiar. Putea cuando ‘la unidad’ está repleta, pero va contento porque no tiene que tomar una ruta distinta.
Maltratado, pero leal. La mejor cooperativa de buses de Quito es la misma para más de millón y medio de ciudadanos que utilizamos el transporte público. Sin embargo, a pesar de el apego con la ruta que nos deja cerca, todos queremos mejoras. Estamos expectantes, impacientes. Recordemos que por más cariño que exista, la paciencia se acaba.
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