Mi primer recuerdo de una leyenda fue leer sobre Cantuña y padre Almeida en una lámina de estudio. (Les apuesto que muchas personas se olvidaron de esos grandiosos papeles que costaban 15 centavos y tenían información de todo tipo).
Para mí, Cantuña era el amigo “pilas” que piensa fuera de la caja para solucionar los problemas que la vida nos presente. Esconder la última piedra para no entregar su alma al diablo me impactó desde niño. Recuerdo cuando mi familia me llevaba a pasear por el centro, siempre me intrigaba ver la iglesia de San Francisco y encontrar el espacio donde hubiera calzado la piedra.
De la misma manera, el padre Almeida me recuerda a mis amigos quienes les encanta tomar un par de copas extras durante las salidas a fiestas que tenemos. Quien diría que estaría rodeado de padres Almeidas que todavía no se han visto en el ataúd y no dejan de tomar.
Como sabrán, las leyendas son historias, con una mezcla entre la verdad y fantasía, que se transmiten de generación en generación. Por lo general, tienen un significado importante y simbolismos destacados de la cultura donde se originó. Podríamos decir que en una leyenda, una composición de sus elementos (seres, lugares o hechos) es probablemente real.
Existen diferentes géneros dentro de las leyendas. Por ejemplo, una de las leyendas que me causaba pesadillas era la Casa 1028. En resumen, un toro stalker embistió a Bella Aurora en su casa, la asesinó y desapareció de la faz de la tierra. En mis pesadillas, caminaba por la Plaza de la Independencia, con un trompo en mano, y de la nada un toro me mataba.
Con el pasar de los años, me he percatado que estos relatos han perdido un cierto nivel de popularidad. Tengo amigos con hermanos menores que nunca han escuchado estas leyendas. Puede ser por la evolución tecnológica y su incidencia para que los niños tengan un interés por otros temas o, simplemente, porque los padres millennials no comentan sobre estas tradiciones a sus hijos.
Siento que todos los quiteños podríamos enumerar mínimo cuatro leyendas que sucedieron, obviamente, en el centro histórico. Tenemos que buscar nuevas formas de transmitir estos grandes relatos en nuevos formatos. Imaginen que una persona se cree una cuenta de Tik Tok y cuente estas historias. En la actualidad, siento que estos proyectos tendrían una gran acogida, si existe una buena producción por detrás.
El boca a boca nunca dejará que estas historias mueran, pero una idea sería aumentar la exposición de las leyendas a un público más grande. Que el mundo tenga problemas de confianza como lo que tuve de chico al enterarme que Mariangula gastó el dinero que su madre le entregó para comprar tripas para su negocio familiar y decidió reemplazarlas con vísceras de un cadáver humano. Además de eso, piensen que una voz de ultratumba a las 12:00 am grite “Mariangula, devuélveme las tripas que me robaste de mi santa sepultura”, para luego tomar una tijera del cajón y abrirse el estómago para pagar la deuda.
Algún día, espero, que se elaboren grandes proyectos con las historias que tenemos en nuestro propio país, que me causaron traumas y pesadillas, pero afirmaron mi amor por la hermosa ciudad de Quito.
Comments